En un auto abandonado se hizo la “casa propia”

Lleva seis años ahí, en un viejo Taunus, reacondicionado para sus necesidades, que no son muchas en comparación con las de sus vecinos, alojados en las confortables viviendas que se alinean frente al bulevar, en 120 entre 37 y 38. Ramón Reinoso, de 65 años, se quedó sin casa al separarse de su mujer y la intemperie la resolvió con un vehículo en el que montó una suerte de dormitorio con colchón, frazadas y almohada, y donde guarda como si fuera su mayor tesoro la parrilla con la que invita a sus amigos a comer asados.
Todos en el barrio lo quieren, tanto que le convidan los platos que las familias consumen y lo visten con ropa que en esos hogares dejan de usar. El dice que es feliz, que se siente libre y que, aunque espera que algún organismo le facilite una casilla, podría seguir viviendo resguardado por la carrocería del coche.
“Es un hombre buenísimo y para nosotros es parte del barrio. Como nos respeta mucho nosotros lo respetamos a él y lo ayudamos en lo que podemos”, comenta Luis Travasa, que vive enfrente, en línea recta al Taunus.
Lo mismo asegura el kiosquero de la avenida 120, Alejandro Buden, que cuenta delante de Ramón que su padre, Carlos, le acerca casi todas las mañanas el desayuno a ese particular vecino y que cuando en la casa se cocina sopa o guiso una porción cruza la calle. “Nos gusta ayudarlo porque es una excelente persona; lo vemos como a un vecino más “, afirma el comerciante. Y él devuelve el elogio: “La gente de acá se porta muy bien conmigo. Estas zapatillas, por ejemplo, me las dio Don Carlos”, dice señalando con orgullo el calzado”.
Ramón nació en Chaco, llegó a La Plata hace 35 años y se instaló para siempre. En esta ciudad formó pareja y familia – tiene tres hijos – y se radicó en 35 entre 126 y 127. Tuvo varios oficios, de cloaquista, albañil y azulejista, pero dejó de conseguir trabajos y se dedicó a las changas. Cuando se separó no tenía adonde ir y terminó, como mucha gente de la calle con un árbol como techo, en el barrio ensenadense de El Dique. Los dueños de un taller mecánico de la zona se conmovieron con su presencia y le acercaron un auto viejo que el propietario nunca fue a buscar. “Este es mi lugar; y tengo los papeles y todo. Trabajo en la esquina, pidiendo monedas cuando corta el semáforo y me las arreglo muy bien; nunca me falta nada”, aclara.
De noche, cuando el clima acompaña, saca una rejilla de metal del capot del auto, prende un fuego y prepara asado. “Mis amigos, que tengo muchos, vienen y comen conmigo”, resalta. Y cabe la pregunta obligada: ¿En invierno, cuando el frío aprieta? “La paso bomba igual, porque tengo abrigo, mantas y los cartones que le pongo al coche paran bastante el viento”, responde con total despreocupación.
Confiesa que tiene pedida una vivienda que aunque sea precaria le significaría un poco más de comodidad. “Lo hablé con las patrullas urbanas y la prometieron. Yo sé que estaría mejor, pero tampoco me voy a hacer problema de seguir viviendo así. Si así me arreglé hasta ahora…”, lanza.
Trabajos formales “ya no voy a conseguir”, se aventura, y lo explica por la edad y la pérdida del ritmo laboral. “Con lo que saco de pedirle a los automovilistas me alcanza, incluso para comprar algo de carne para los asados. Y además, la gente acá es muy generosa y me da comida. Ya sé que hambre no voy a pasar”, concluye.
Si él no está ahí, pegado al Taunus, el automóvil parece abandonado. Cubierto en algunas partes del chasis con cartones y pegado a unos cajones plásticos que sirven de asiento, el vehículo ilusiona a la gente que pasa con carros y cree que todo es material para ser llevado. Pero no hay conflictos. No bien detecta el equívoco Ramón se acerca y en el mejor tono que encuentra explica que todo le pertenece. Tiene paciencia, porque la escena se repite casi a diario.
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