Etiopía: un destino turístico exótico y en crecimiento

Etiopía es un país de contrastes difícil de describir en toda su exótica dimensión.

Para tener una idea de este destino exótico y que gana turistas de todo el mundo en forma permanente, hay que imaginar tierras en las que conviven más de 80 grupos étnicos, en la que se hablan más de 10 idiomas, con paisajes de sabana y cebras cruzándolos en manada. Imaginarse también altas montañas verdes, iglesias excavadas en roca bermeja conectadas por túneles y pasadizos y senderos vírgenes que apenas cruzan unas decenas de personas. Todo ello es Etiopía.

El país africano fue declarado el año pasado por el Consejo Europeo de Turismo como el mejor destino de vacaciones en Africa.

Etiopía está situada en el cuerno de Africa y tiene unos 95 millones de habitantes.

La capital es Addis Abeba que tiene casi 3.500.000 habitantes y hasta ella llegan los principales vuelos internacionales.

Una buena opción para ir hasta allí es Turkish Airlines que cubre el trayecto a la capital etíope desde las principales ciudades europeas con escala en Estambul.

Las características topográficas del país, que van desde montañas a desiertos, permiten que los viajeros se desplacen durante todo el año dependiendo de la región.

VIAJE EN EL TIEMPO

El tiempo transcurre a otro ritmo en este país africano. En algunos puntos, los instantes parecen eternos y en otros, las horas, efímeros segundos.

Lalibela es uno de esos lugares. Ubicada en la región de Amhara, al norte del país, lleva el nombre del rey que la creó y es visita obligada para los turistas.

Lalibela, conocida también como la pequeña Jerusalén ortodoxa, esconde 11 maravillas que, según cuenta la leyenda, construyeron hombres y ángeles mano a mano: casi una docena de iglesias monolíticas excavadas en roca que superan en espectacularidad a otros templos erigidos de forma tradicional.

Sus creadores no incorporaron materiales externos en su construcción, ni ladrillos ni bloques de piedra ni mortero. El espacio, vaciado en la roca por miles de hombres durante 24 años en el siglo XIII, dibuja edificios rojizos de diferentes tamaños y formas.

“Fueron construidas por Dios” parece ser la respuesta más común entre los guías turísticos ante la curiosidad del visitante sobre los aspectos técnicos.

Todas son diferentes y las más conocidas son Biet Medhani Alem (Salvador del Mundo), a doce metros de profundidad; y Biet Ghiorgi (San Jorge), con planta en forma de cruz.

Para poder acceder a ellas hay que registrarse y pagar una entrada que cuesta 50 dólares, válida para cuatro días. Si se requieren los servicios de un guía, el precio de la visita puede duplicarse.

Las oraciones en la lengua histórica ge-ez, rítmicas, potentes e hipnóticas, llaman a entrar en el templo Biet Medhani Alem. Apenas hay luz, la moqueta roja que cubre el suelo desigual se nota húmeda bajo los pies descalzos y el penetrante olor a incienso mezclado con sudor golpea el olfato con fuerza.

Al salir, esquivando los devotos que siguen los rezos acomodados en el suelo, es necesario echar una última mirada atrás para memorizar unos cuadros amontonados verticalmente contra las paredes

CASTILLOS Y LEYENDAS

Tras visitar Lalibela, es imposible no darse cuenta de la importancia de la religión en la sociedad etíope. Alrededor del 60% de los habitantes son cristianos y, al contrario de lo que se puede pensar, no es consecuencia directa del colonialismo europeo en el continente africano. El reino de Aksum abrazó el cristianismo como religión oficial en el siglo IV. Fue el segundo territorio en hacerlo, tras la actual Armenia.

Gondar, que junto con Lalibela y Bahir Dar forma el principal triángulo turístico en Amhara, es conocida como la “Camelot etíope”. Y es que los castillos medievales y las colinas verdes despistan al turista.

La impresionante ciudad fortificada de Fasil Ghebi, de 900 metros de perímetro, fue la residencia del emperador Fasilides, que mandó construirla en el siglo XVII inspirado en la arquitectura árabe e india.

Tras la llegada de los jesuitas, como explica la Unesco, metamorfoseó su apariencia adoptando tintes barrocos europeos.

Aksum es la última parada de los “best seller” de los viajes organizados al norte de Etiopía. Situado en Tigray, una región que hace frontera con Eritrea, atrae a curiosos y, seguramente, fans de Indiana Jones.

Sus habitantes hacen gala de custodiar la mismísima Arca de la Alianza. Varios monjes custodian el “Tabot”, el cofre que, supuestamente, contiene las tablas de la ley con los 10 mandamientos que Dios entregó a Moisés. Se le atribuyen los poderes de acabar con el mal, burlar leyes físicas y vencer a los más feroces ejércitos.

La creencia popular señala que, tras la destrucción del Templo del Rey Salomón, el arca fue llevada a otro lugar que nunca ha sido revelado. Sin embargo, los millones de etíopes cristianos creen y defienden que llegó a su país hace 3.000 años de manos de Menelik I, hijo de la reina de Saba y el rey Salomón.

Un párroco guarda el cofre celosamente durante noche y día. Es su única obligación y su mayor satisfacción. Nadie ha tenido acceso al “Tabot” y su autenticidad es más que dudosa. Un día, advierten los cristianos de la antigua Abisinia, el secreto será revelado al mundo. Todavía nada apunta a que vaya a ser pronto.

Por otra parte Etiopía ofrece innumerables rutas, paisajes, ceremonias y experiencias. Muchas opciones muy distintas entre sí. Lo que es común a todas ellas, desde las coloridas y pintorescas tribus nómadas en el sur hasta la comunidad ortodoxa en el norte, es la amabilidad de su gente y el irrefrenable deseo que provocan de perderse en su cultura.

Abisinia es como su plato más extendido, el Injera con wats, una especie de torta hecha con una pasta fermentada de tef, un cereal local, sobre la que se colocan diferentes acompañamientos de carne y vegetales. Es sencilla, intensa, fuerte, caben todos los colores, aromas y sabores.

Fuente: El Día

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