El «Biguá» en el Reino del Peje. Una excursión a la Laguna “La Salada Grande”

(Por Juanjo Vázquez) Ubicada en el partido de General Madariaga, famosa por sus pejerreyes de lomo negro y sus grandes matungos superiores al kilogramo, esta laguna es un referente obligado para los buscadores de pejerrey.
La pesca se realiza desde embarcaciones o desde los botes que se alquilan en el club de pesca local, navegando por todo el espejo de agua, hasta alcanzar los grandes y limpios claros que se forman entre la vegetación acuática, donde predomina la gambar rusa.
Hacia allí hay que lanzar el aparejo de tres boyas, encarnado con mojarritas plateadas, y observar cómo los pejerreyes salen de los juncales para obtener su alimento.
Una excursión memorable
Tras aquellos “Matungos de lomo negro” salió cierta madrugada el “Biguá”.  Enfiló decidido por la Ruta Provincial 29 hacia el sur, hasta alcanzar la localidad de Ayacucho; ahí torció hacia la izquierda, enlazando con la Ruta Provincial 74 que baja recta hacia la costa, hasta pocos kilómetros después de pasar la Ciudad de General Madariaga, la misma que le da nombre al partido dentro del cual se encuentra ese enorme espejo de agua, hogar del Peje Rey “Lomo Negro”: Laguna La Salada Grande.
El «Biguá» llegó al mediodía, almorzó pastas con vino tinto en un espacio gastronómico del embarcadero, armó su carpa iglú para alta montaña, y se acostó a dormir una siesta.
Se despertó casi de noche a raíz del bullicio destemplado que producía un grupo de pescadores que regresaba de una excursión fracasada, echándose la culpa unos a otros.  Entre todas las voces, hubo una que le sonó familiar al «Biguá», así que se asomó a ver y resultó que era -ni más ni menos- que Norman Brisky, a quién nuestro héroe no conocía personalmente, pero al que había visto actuar en el legendario Teatro Octubre y también lo había visto en el Cine: en “La fiaca” y en “La guita”.  Incluso en una película española llamada “Mamá cumple cien años”, en la que hacía pareja con Geraldine Chaplin.
El hombre le despertaba admiración, así que el “Biguá” salió rápidamente de su carpa y se dirigió al actor en tono confianzudo: -«Norman: ¿cual es el problema?” -“El problema es que vine hasta acá, confiando en que `estos´ conocían la laguna y resulta que ya salimos dos veces y no agarramos ni uno… ¿Y usted quién es?” -“Yo… eh… perdone por no haberme presentado…  el `Biguá´ soy» dijo nuestro héroe, ofreciendo su mano.  Se hizo un agudo silencio.  El único que atinó a hablar fue Norman: -“¿Usted es el `Biguá´?» preguntó, dando cuentas que sabía del carácter legendario de nuestro personaje. -«Sí, pero no se haga problemas, mañana al amanecer yo lo voy a llevar directo a un cardumen del `Lomo Negro´” -respondió el «Biguá»- y sin esperar respuesta se volvió para su carpa.
Al rato
El mismo Norman se acercó al refugio del `Biguá´y le dijo: -“Nosotros vamos a hacer un asado, si gusta compartir, está invitado».  Luego de un momento, nuestro héroe salió con una botella de vino blanco helado, una copa brillante que traía dentro una servilleta reluciente, la tabla, el cuchillo de hoja de acero estirado en frío y cabo de quebracho, y una longaniza de cerdo.  Es obvio, amigo que me escuchas, que la velada se hizo larga, que las risotadas fueron abundantes, incluso hubo alguien que cantó un tango entero, pero no son los desbordes de aquella noche los que motivan este relato, ya te habrás dado cuenta, ¡oh, amigo que me escuchas!
Lo memorable
de aquella excursión a la Laguna “La Salada Grande” fue lo que ocurrió en el amanecer; el movimiento efervescente de todo aquel grupo empeñado en embarcar con el frío extremo de agosto.  Tres botes integraron la comitiva, incluyendo el del “Biguá”, quién guió la expedición con mano firme, cosa que tuvo que ejercer durante el viaje que duró casi una hora.  En dos oportunidades se cruzaron con cardúmenes en tránsito por la superficie y todos querían parar pero el “Biguá” ordenaba terminantemente… «¡continuar!».
Un callejón de juncos
Finalmente llegaron a la entrada de un callejón de juncos de unos diez metros de ancho; un callejón de agua que se abría paso entre el juncal.  El “Biguá” mandó a parar todos los motores y a hacer silencio; desde ahí seguirían a remo internándose en el callejón. El sol ya era agradable y, al reparo de los juncos, se dejó de sufrir el efecto viento.  A unos setenta metros el callejón torcía levemente hacia la izquierda y desembocaba en un claro. De pronto, el “Biguá” mandó a detenerse, cosa que hicieron todos; ancló con mucha suavidad e inmediatamente ordenó a todos que hicieran lo mismo en los puntos de anclaje que él mismo les señaló.  Cuando todos estaban ocupados en esa maniobra, nuestro héroe lanzó su línea de tres bollas y puntero a unos treinta metros de su bote hacia los bordes de un círculo donde el agua bullía y -antes de que ninguno se diera cuenta- estaba trayendo un matungo “Lomo Negro” de kilo y medio por lo menos.  Cuando el resto de los pescadores empezó a pescar, el “Biguá” ya tenía una docena de piezas a cual más linda. A partir de ahí, se dedicó a poner sobre su tabla un pedazo de longaniza de cerdo, a cortar trozos de pan, a comer y a beber unos buenos tragos de vino tinto de una bota que llevaba camuflada entre sus ropas.  Después fileteó por el lomo aquellos matungos, tiró los restos al agua y ubicó los Pejes en un bolsa de polietileno; se enjuagó las manos y se dedicó a observar con qué entusiasmo Norman y los suyos, un total de cinco pescadores en dos botes, no paraban de tirar líneas y traer Peje Reyes.
La cara de Norman
le hacía acordar al “Biguá” a la de aquella publicidad de Gillette, donde el actor era un hombre que se presentaba a denunciar en una comisaría, desquiciado, que se había afeitado con una hojita “invisible”.
A la vuelta
La alegría de los expedicionarios fue desbordante, pero el “Biguá” decidió independizarse de aquel grupo. Se duchó con agua bien caliente en los baños del Club de Pesca, aseguró hielo en su heladera y en ella guardó los Peje Reyes y una botella de vino blanco.
Emprendió el regreso con el tiempo justo para disfrutar de la puesta de sol en la Gran Pradera.