«No esperemos recompensas de nuestras fatigas y desvelos»

José Francisco de San Martín y Matorras (Yapeyú, 25 de febrero de 1778-Boulogne-sur-Mer, 17 de agosto de 1850) fue un militar cuyas campañas fueron decisivas para las independencias de la Argentina, Chile y Perú.

Considerado el principal héroe y prócer nacional argentino, en Perú se lo reconoce como «Fundador de la Libertad del Perú», «Fundador de la República» y «Generalísimo de las Armas». Asimismo, el ejército chileno le ha otorgado el grado de «Capitán General».

Veterano del ejército español, sus ideas liberales y constitucionalistas lo llevaron a enfrentar al absolutismo en su América natal. Creador en el Río de la Plata del regimiento de Granaderos a Caballo, y a cargo del Ejército del Norte, concibió un plan de emancipación que consistía en atacar directamente la ciudad de Lima, núcleo de poder español más importante de Sudamérica.

Nombrado gobernador de Cuyo, puso en marcha su proyecto y tras organizar al Ejército de los Andes cruzó la cordillera y lideró la liberación de Chile, revelando sus dotes de estratega militar en las batallas de Chacabuco y Maipú. Tras desobedecer la orden de regresar a las Provincias Unidas para reprimir los movimientos populares que se alzaban contra el poder centralista de Buenos Aires, utilizando a una flota organizada en Chile y ya como capitán general del ejército chileno atacó Lima, declarando la independencia del Perú en 1821.

Sin pertrechos, boicoteado por el gobierno de Buenos Aires, al frente de un ejército harapiento y disconforme luego de meses de no recibir paga alguna, se entrevistó en Guayaquil con Simón Bolívar, a quien cedió su ejército y la meta de finalizar la liberación del Perú. Viajó hacia Buenos Aires temiendo por su vida, amenazada por agentes de Rivadavia y protegido por los caudillos federales Facundo Quiroga y Estanislao López, quienes le ofrecieron ponerse al frente de las provincias en su lucha contra Buenos Aires. Constitucionalista y monárquico convencido, la idea del federalismo le resultaba extraña, amén de la repugnancia que le provocaba la menor posibilidad de participar de una guerra civil, por lo que decidió abandonar el país y radicarse en Europa, donde de todos modos siguió prestando importantes servicios, ahora diplomáticos, a la causa de la emancipación de los pueblos americanos.

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