El barro estuvo encantador en Gualeguaychú


Para el momento en el que sonaron los primeros acordes de «Ji Ji Ji», sobre el final del show, no había ni un solo par de zapatillas limpio. El campo del Hipódromo de Gualeguaychú estuvo cubierto de charcos de agua cuando los primeros fanáticos llegaron apenas dieron puerta y, cuando se fueron, después del «pogo más grande del mundo», todo era un gran lodazal. Esta fue la nota sobresaliente del concierto con entrada paga más convocante del espectáculo argentino, ofrecido el sábado por el Indio Solari en la inabarcable superficie del hipódromo de esa ciudad entrerriana.
Casi a la mitad de su oferta, Solari pidió disculpas por el estado del campo a las más de 180 mil personas presentes y dijo que el día anterior habían pasado las máquinas pero que, pese a eso, el barro seguía allí. «Así no vamos a poder hacer pogo», se lamentó uno entre el público. Segundos después, el cantante añadió: «Pese a todo, aquí están ustedes dándonos su apoyo». Así, el cantante pareció no esquivarle el bulto a las quejas aisladas por las condiciones en las que presentó oficialmente el disco «Pajaritos bravos muchachitos», el cuarto que hace por las suyas.
El show, compuesto por una lista de veintisiete temas, empezó precisamente por su carrera solista. «Nike es la cultura», «Chau mohicano» y «A los pajaritos que cantan sobre las selvas de Internet» precalentaron el ambiente para el siguiente tema, una oda a los Redondos de los ´90: «Fusilados por la cruz roja».
Pero el Indio no se quedó ahí, siguió con un «Me matan limón» que sirvió para calentar definitivamente el alma y el cuerpo de la multitud. Solari no dio cifras, pero en la apertura tiró un «siempre somos más, qué bárbaro».
Dicen que la música de Patricio Rey te cura o te mata. Esa dulce y brutal realidad sólo la conocen aquellos que acariciaron la vanguardia artística de la mano de la banda. Dulce, porque musicalizó una gran época del rock nacional, y brutal, porque algunas vidas se perdieron en el camino producto de la brutalidad policíaca y el desamparo organizativo. La foto de Walter Bulacio estuvo como siempre presente en las pantallas del recital. «Hay caballos que mueren potros sin galopar», dice la letra de «La bestia pop», ideal para tocar en un hipódromo. Pero justamente ese tema, más «Un Ángel para tu soledad» y «Juguetes perdidos», fueron los grandes faltantes de la noche. Es que el exRedondos y su banda, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, se sacaron casi por completo de sus espaldas el peso de treinta años de historia ricotera desde el iniciático «Gulp!» (1985).
Tocaron temas de los Redondos, sí; pero no la cantidad a las que Solari tiene (mal) acostumbrados a sus seguidores. «Había una vez», «Martinis y tafiroles», «Todos a los botes» y «Mientras tanto el sol se muere» precedieron una tibia interpretación de «Caña seca y un membrillo».
Sin embargo, cuando llegó «El infierno está encantador», la gente tuvo la sensación, aunque fuera sólo por unos minutos, de que los años volvían atrás. Luego, otra seguidilla de temas de sus discos solistas puso a todos en situación de expectativa por más clásicos.
Para seguir, y tal como lo había hecho en Mendoza, el Indio le entregó a su lujosa coreuta Deborah Dixon el tema «Blues de la libertad» y ella hizo lo que tenía que hacer para ganarse no sólo al público, sino al mismo jefe.
Sobre el final, Solari reunió a tres excompañeros de su mítica banda (Semilla Bucciarelli, Walter Sidotti y Sergio Dawi) para tocar «La pajarita pechiblanca» y algunos temas más de los Redondos. En algunas zonas del campo la gente pidió que volvieran mientras que en otras le dedicaron la reunión a Skay.
Esto fue tooodo amigos,
Si bien «Ji Ji Ji» ha sido siempre -desde el final de los Redondos- el himno con el que se debe cerrar un recital, en Gualeguaychú «Todo un palo» se robó tantos gritos y aplausos que parecía que la gente lo quería elevar aún más de su categoría de clásico, como si eso fuese posible….Es que ni la polémica por el decreto que lo eximió de impuestos, ni el complicado estado del campo y del, por momentos, deficiente sonido, les importó a los cientos de miles de fanáticos que celebraron una misa más en un rincón más del país. Ellos fueron los dueños de la fiesta. Una vez más y pese a todo.
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Postales: Carnaval toda la vida
Gualeguaychú estuvo copada por completo. Cientos de miles de personas se instalaron al menos por un día en la ciudad entrerriana. Algunas postales de esa aventura. Siempre que se habla Carlos el Indio Solari se habla del «pogo más grande del mundo». Pero la verdadera movida empieza antes del recital, mucho antes. Desde los desvíos en la ruta hacia Gualeguaychú en la mañana ya se podía sentir el olor a «chori», a «birra» y «humanidad» que tanto caracterizan a los grandes movimientos de gente. Es que el recital del Indio se trata de un gran «festival ambulante» al que le faltan variedad de bandas y le sobra aguante rocanrolero.Por supuesto que en Gualeguaychú la fuerza la dio como siempre la gente que, pese al cansancio que implica una travesía como esta (y a la plata que le cuesta solventarla), se mantuvo firme no sólo durante las más de dos horas que duró el show, sino durante los días que se necesitaron para alcanzarlo.
Como en todos los conciertos del Indio el caos es virtud y señal de que se está vivo. Llegar a los ingresos fue una tarea titánica que mientras más se complicaba, más emocionaba a sus fanáticos. Porque es en ese camino en donde surgen nuevas amistades, desencuentros y hasta amores. La gracia está en transitarlo, dicen, mientras que por el aire vuelan algunos vasos con cerveza.
Polaroids de locura extraordinaria
Al mediodía, dos viejitas de Gualeguaychú ofrecían empanadas calientes vestidas con las remeras del Indio con la esperanza de que así las ventas salieran más rápido. Mientas tanto, en un restaurante dos «señoras bien» con cabellera rubia, labios rojos y pañuelo de seda al cuello blanqueron los ojos al ver que una horda de chicos rudos copaba el local. Mientras ellas pedían comidas elaboradas, los muchachos se clavaban una parrillada con papas.Desde el vidrio del restaurante se podía ver a un jubilado de unos 70 años pasear a su perro que, como muchos, también viste una remera del Indio. Ya camino hacia el Hipódromo se veía a un hombre, embanderado en estampas del Indio y a su mujer vestida con una remera de Patricio Rey. Ambos sostenían un carrito de bebé que adelante lleva a Pietro, su hijo de dos años y atrás una heladerita colmada de fernets y Cocas. Agarrada del changuito también estaba Camila, su otra hija de 6 años. Mientras ellos llevaban su propia bebida, un grupo se agolpaba delante de un improvisado cartel escrito con tiza que decía: «bebidas con precios cuidados». Y sí, es verdad, allí el fernet salía 5 pesos menos que en los otros puestos. Se es fanático, pero tampoco es cuestión de pagar de más, decían….
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Todas estas cosas fue el recital del Indio en Gualeguaychú el sábado por la noche: el recital más grande de la historia del rock argentino, la más redonda de todas las misas indias, la más poblada y, posiblemente, una de las más problemáticas.

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Fuente: VOS (http://vos.lavoz.com.ar)