Peregrinación a Luján: El Pueblo que camina

Por Camilo Carbonelli.  Bajo el lema “Madre, cuidá la fe de tu pueblo que camina” culminó la peregrinación juvenil a Lujan. Se trata de una de las manifestaciones de fe más multitudinarias de nuestro pueblo y una de las primeras luego de tener un Papa argentino, que intenta transformar la Iglesia en la opción preferencial por los pobres y de una evangelización liberadora.
Los millones de peregrinos que van a la Basílica de Lujan van con conciencia firme de fe cristiana y para reencontrarse. Pero este sitio representa algo especial en la religiosidad popular aún para quienes no la practican cotidianamente. Peregrinar en todos los tiempos es un recurso del hombre para tratar de expresarse, darse una respuesta a una búsqueda, alcanzar ese otro lado “trascendente“. La peregrinación a Luján no es una sumatoria de individuos sino un pueblo que marcha en hermandad y solidaridad.
Caminé 70 kilómetros y 12 horas hasta la Basílica. La peregrinación partió a pleno sol desde el santuario de San Cayetano. Al frente de la marcha estaban los jóvenes, mujeres de parroquias humildes junto a los curas villeros llevando la imagen cabecera de la Virgen de Luján. Cada parroquia llevaba megáfonos en carritos emitiendo cánticos religiosos, cumbia, chámame y rock. Otras multitudes se iban sumando en el trayecto del camino.
A partir de La Reja (Moreno) o General Rodríguez se sentía el calor de los fieles, cada grupo a su ritmo, la gente se animaba con rezos ante el cansancio o el dolor. Al anochecer los voluntarios repartían agua, mate cocido, tortas fritas, caldo. También se sentía la solidaridad conversando con el de al lado y alentado a quienes ya no seguían por las ampollas. En el tramo final era común el bastón, sin distinción de edad del usuario. En medio de todo, los sacerdotes confirmaban en el camino.
Me quedo con tres momentos. Un hombre a pocos kilómetros de la Basílica, cansado pero contento. Caía por sus ojos una catarata de lágrimas. Otro hombre subiendo escalones y arrodillándose en la Iglesia, pegando su cabeza al suelo, agradeciendo. Y la espontáneamente llamada “casa de Dios”, con hombres y mujeres durmiendo y recuperándose.
Acá estamos, en pleno siglo XXI, con un Papa latinoamericano, una región protagonista en la integración de los pueblos y el continente con más creyentes. Nuestro pueblo vive momentos de reencuentro consigo mismo redescubriendo el valor de su historia, de su cultura y de su religiosidad popular.
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